PERROS Y GATOS EN LA HISTORIA-Tercera entrega
ARGOS
Había amanecido una mañana sin nubes. El cielo era azul y el mar más todavía en Itaca, patria de Ulises, isla del Mediterráneo, el mar de las sirenas.Era de un azul profundo bañado por el sol, el aire olía a sal y a peces y las gaviotas volaban, blancas, por encima de los acantilados , las rocas, el mar, la tierra.
El viejo perro levantó la cabeza, que tenía apoyada en sus gruesas patas delanteras y escuchó. Alguien venía por el camino. Parecían los pasos del amo. Aquel andar firme y ligero en un cuerpo tan grande y fuerte...Sí, parecía Ulises. Lo esperaba hacía años. Por aquel camino regresaría. Si es que regresaba...Era tan aventurero el amo. Siempre metido en líos con diosas, semidioses, monstruos....Esto le causaría disgustos. No se puede uno meter con la gente del Olimpo y parientes más o menos lejanos sin crearse problemas. .Pero al amo no parecía importarle demasiado. Y eso que amaba a su tierra, a su fiel Penélope, , a su familia, sus criados. A él, su no menos fiel perro. ..
Todo esto pensaba Argos escuchando los pasos del desconocido que se acercaba. Pero, ¡Ay, desilusión!. No era el amo tan esperado, sino un muchacho del otro extremo de la isla, alto y fornido también, que por eso se parecía en el andar, , pero ¡no su amo!.No le servía. . Volvió a dejar caer su cabezota entre las patas con un suspiro de resignación tan profundo que hizo revolotear el polvo ante su hocico. , huir despavoridas a unas cuantas hormigas que se afanaban madrugadoras por allá y dar un salto más largo que de ordinario a un saltamontes confiado que se limpiaba las patas cerca del can.
Argos cerró los ojos y recordó cuando Ulises lo trajo a su casa. Era entonces un cachorro de un mes y le cabía al amo en la palma de la ancha mano.
-Mira, Penélope-le dijo a su fiel esposa-.-Mira que guardián te traigo.- Será grande y fuerte, y cuando yo me vaya a cazar , a la guerra o a lo que me depare el Destino él te protegerá casi tan bien como yo.
El ama le cogió con cariño, le acarició y le mató una pulga que tenía cerca del entonces corto rabo, Argos lo recordaba muy bien.
Suspiró nuevamente. Empezaba a adormilarse, y los recuerdos del amo perdido por los Mares Tenebrosos entre quién sabe qué peligros se mezclaron con otros más cotidianos de persecuciones de gatos itacanos, que eran bastante bravos y asilvestrados.
-¡Argos, Argos!
Era la voz de Penélope. Argos se levantó de un salto, dió media vuelta y corrió hacia la casa. Sus cortas orejas se movían arriba y abajo y sus gruesas patas transportaban con sorprendente agilidad un corpachón de perro viejo y bastante gordo. Llegó junto a la mujer y empezó a lamerle las manos.
-Mi buen Argos- dijo ella acariciándole. -Me he asustado. Solo era el hijo de Tirseo, pero me han parecido los pasos de Ulises. ¡Ay, Argos, no quisiera que cuando el amo volviese me encontrase así, tan despeinada y desarreglada....!
El perro miró con sus ojos marrones a los dorados del ama. ¡Qué bella era aún!¡Y qué confiada!. Ni por un momento dudaba de la vuelta de Ulises.. No sería él quien la desanimase, porque no quería y porque no tenía el don de la palabra, cosa que lamentaba, pues ¡hubiese querido consolarla tantas veces!. Cuando ella lloraba y sus lágrimas caían sobre su cabeza de perro viejo al que el pelo se le caía a pequeños mechones, y cuyos ojos legañosos ella lavaba todos los días.
-¡Ay, Argos!. Hoy he visto velas en el mar, pero ninguna era la negra de Ulises.Cuánto tarda. Cuando vuelva ya seré vieja y mi pelo se habrá vuelto blanco. No hago más que tejer y destejer.
Esto decía siempre ama Penélope, , y él, fiel perro, no podía más que poner la cabeza en su regazo y gemir quedito.
Pero aquel día el ama estaba inquieta por el sobresalto al oír los pasos en el sendero, , igual que él, y se puso a peinarse frente a la ventana que daba al mar por donde venían los barcos. . No quería que pudiese llegar Ulises después de tantos años y encontrarla desaliñada. Pronto llegarían sus enojosos y gorrones pretendientes, pero les daría largas como tantas otras veces.
Viéndola tan ocupada, Argos volvió a su puesto de guardia frente a la casa y junto al camino. Se tumbó en el polvo con ruido de saco lleno de viejos huesos y se dispuso a esperar, como lo hacía desde muchos años , cuando aún era cachorro y el amo marchó a buscar aventuras y líos.
Al rato se durmió y el sol empezó a brillar más alto en el cielo. Bandadas de pájaros pasaron sobre su cabeza piando fuerte y el viento en los pinos hizo sonar las copas de los árboles como viniendo de muy lejos, de allí de donde tenía que regresar Ulises...
Pero lo que no pudieron los pájaros ni el viento ni el sol que calentaba fuerte lo pudo un sonido que le hizo salir de su sueño profundo, levantar la cabeza y que su hocico y su belfo se pusieran a palpitar como si vinieran legiones de gatos a su encuentro. Levantó todo lo que pudo sus pequeñas orejas, poca oreja para perro tan grande, , y olió rígido el aire que llegaba hasta él. Salto ycorrió por el camino pedregoso. No había corrido así desde que era cachorro y Ulises se lo llevaba de caza, , y sus cortas patas no podían seguirle, pues tan enormes zancadas daba. Ahora no corría, volaba.
Desapareció por el recodo del sendero hasta llegar a los pies del extranjero. Venía éste lleno de polvo, la barba con algunas hebras blancas y sucio, muy sucio. Pero alegre de volver a casa por fin. Nadie le había reconocido aún.Pero Argos sí. No le importaba si venía vestido de seda y en carroza de oro o que volviera así, como un pordiosero. Era su amo. Era Ulises.
-¡Argos! ¡Mi buen Argos!. ¡Tú me conoces¡
Se puso en cuclillas paraacariciarlo mejor, como cuando era pequeño. Detrás de las orejas, en el cuello. Se abrazaba a él y le daba palmadas como sólo un buen a,mo sabe hacer.
Argos se volvía loco. Había estado esperando aquel momento toda su vida y por fin él había llegado. Babeaba, daba ladridos entrecortados, , giraba alrededor de sí mismo, se revolcaba.
Aquello fué demasiado para su viejo corazón de perro fiel. Cuando Ulises le preguntaba:
-¡Argos, mi buen Argos! ¿Y el ama Penélope?. ¡Llévame hasta ella!
Argos no pudo. Cayó muerto a los pies de Ulises, fulminado por tanta felicidad...
Aquellos días hubo fiestas en Itaca por el regreso del viajero, y cuando contaba sus aventuras mientras comían cordero asado en la playa, y bebían buen vino, todos querían ser sus amigos. Decían que lo habían conocido desde niños, que habían jugado juntos, o que lo habían conocido de muchacho los más viejos. Ulises sabía que muchos eran sinceros y se alegraban de su vuelta. Otros no, pero querían halagarlo, , pues era famoso y se codeaba con dioses y cíclopes y había escapado de Gárgoris y Habidis y de tantos peligros.
Y pensaba en su fiel Argos, , ahora enterrado bajo la encina centenaria que había en su huerto, que sin saber si llegaba glorioso o vencido, enfermo o sano, le había conocido al instante y sólo le había importado que el amo había regresado por fin a casa.
---------------------------
No hay comentarios:
Publicar un comentario