martes, 29 de enero de 2008

EL DESIERTO (CUENTO)

Estaba el profeta meditando en el desierto cuando una mujer se llegó hasta él. Venía llorando y con el cabello suelto, y cuando llegó a su lado se lanzó a sus pies.. Se tapó la cabeza con el manto y los sollozos la estemecían

-¿Qué te pasa?- le preguntó el hombre con dulzura.

-Señor , tú eres un hombre bueno y dices palabras de consuelo.Pero no hallo paz porque no tengo fe. Pero pienso que eres sincero y santo.

-No soy santo. Reza, y Dios te concederá la fe. La fe no se improvisa. Es un regalo de El.

-Rabbí, tengo los ojos secos de tanto llorar y la cabeza me estalla. Dios no me escucha. De todos modos, como apenas creo en El, no espero respuesta.

-Persevera.

-Estoy harta..Soy mujer paciente.Tengo marido, hijos y suegra. , todos a mi cargo. Estoy acostumbrada a tener paciencia. Pero Dios me puede.

-Dios nos puede a todos.Es bueno que así sea.

-No me entiendes.

-Más de lo que te imaginas.

-Tú tienes fe y no comprendes lo que yo padezco.

-Yo tengo fe porque durante años la he pedido a gritos, aquí, en el desierto. Solo los escorpiones y las serpientes me oían.

-¿Y nadie más?

-Dios, por supuesto.

-Pues tienes suerte. A mí no me hace caso.

-Debes insistir. recuerda aquello :”Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá;, ;porque quien pide recibe, quien busca encuentra y a quien llama se le abre”.

-Ya he oído eso muchas veces. Un día creí haber encontrado algo, pero luego lo perdí..

-Lo puedes volver a encontrar. .La fe es como el viento del desierto, que a veces sopla con fuerza y a veces parece que se ha quedado quieto, y es que está en otro lugar, muy lejos. Pero siempre vuelve.

-Estoy muy triste. Necesito tu consuelo.

El profeta le puso la mano en la cabeza y le acarició el pelo. La mujer sollozó de nuevo.

-Yo rezaré por ti.

La mujer le miró y vió su cara serena, y le envidió. Vio delante suyo a un hombre en paz.La paz era algo que siempre se le había negado.

-¿Siempre estuviste así, en paz?

-No. Durante años peleé a brazo partido con todos los demonios de estas soledades.

-¿Y cómo conseguiste la paz?

-Un día vino de pronto, como el simún.

-¿Y no te ha abandonado nunca?

-No. Desde ese día no.

-¡Qué suerte!

-Tú también tendrás esa suerte.

-No, porque yo ya no creo en nada. Tu sí eres hombre de fe. Dios se aparta de mí porque yo me he apartado de El. Ya no volverá...

-No hay que desesperar. La desesperanza es pecado.

-¡¿Cómo puedes decir eso a alguien que está desesperado?¡¿Tú eres Isa bin Mariam y me dices una cosa así?

-Yo no soy Isa. ¿Qué te hizo pensar eso?

-Desde que empecé a leer este relato lo creí..

-Creíste mal. ¿No sabes aquello que fué dicho: “aparecerán falsos profetas”?

-Sí, pero no pienso que tú seas uno de ellos rabbí..

-Yo no creo ser falso, pero tampoco soy Isa.

-¿Pues quién eres?

-Sólo un pobre hombre a quien Dios ha hecho el regalo de la fe. .

-Y no se la ha quitado, como a mí.

-De momento no. Siempre está conmigo.

-Dichoso tú.

La mujer se envolvió en el manto. Se lo puso encima de la cabeza, y, arrebujándose en la negra tela, se marchó.

El profeta rezó por ella pero eso nunca lo supo.

La mujer se dijo:

-Iré al pozo y me tiraré y así moriré y se acabará mi sufrimiento.

Pero pensó que su familia la necesitaba.

-Soy una egoísta. No tengo derecho a hacer esto porque me sienta mal. Intentaré no pensar, hacer la vida más fácil a mis parientes y estar contenta, o al menos parecerlo. Esto servirá para distraerme y no pensar. Guisaré, ordeñaré a las cabras, las llevaré a pastar. Pero están las noches. Intentaré estar muy cansada para dormir. Ojalá no despertase.

Con estos sombríos pensamientos llego a su tienda negra de familia beduína. Sus niños jugaban fuera. Su suegra, ciega, estaba mirando al sol sin verlo, sentada en el suelo. .

-Esta es mi realidad-se dijo la mujer. -Debo vivir con los pies en la realidad, la mía, que ésa sí existe. Dios no lo sé, y los demonios tampoco. Pero las cabras necesitan quien las ordeñe, y a mi familia quien la cuide.

Se puso manos a la obra, y al cabo de un rato se sintió mejor.

-El trabajar es buena medicina. Si meditase todo el día como el profeta me volvería loca.

De entonces en adelante, cada vez que sentía el corazón oprimido se ponía a trabajar, y se sentía mejor.

Cuando fué muy vieja se murió.

Yo no sé lo que fué de ella. Este cuento se ha escrito solo. Pensé en acabarlo de otra manera pero se ha terminado él solo.

Yo no sé lo que fué de la mujer beduína. Tampoco del profeta. Tampoco sé lo que ha sido de mis muertos, ni lo que será de mí.

Solo Dios lo sabe.

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EL DESIERTO (CUENTO)

Estaba el profeta meditando en el desierto cuando una mujer se llegó hasta él. Venía llorando y con el cabello suelto, y cuando llegó a su lado se lanzó a sus pies.. Se tapó la cabeza con el manto y los sollozos la estemecían

-¿Qué te pasa?- le preguntó el hombre con dulzura.

-Señor , tú eres un hombre bueno y dices palabras de consuelo.Pero no hallo paz porque no tengo fe. Pero pienso que eres sincero y santo.

-No soy santo. Reza, y Dios te concederá la fe. La fe no se improvisa. Es un regalo de El.

-Rabbí, tengo los ojos secos de tanto llorar y la cabeza me estalla. Dios no me escucha. De todos modos, como apenas creo en El, no espero respuesta.

-Persevera.

-Estoy harta..Soy mujer paciente.Tengo marido, hijos y suegra. , todos a mi cargo. Estoy acostumbrada a tener paciencia. Pero Dios me puede.

-Dios nos puede a todos.Es bueno que así sea.

-No me entiendes.

-Más de lo que te imaginas.

-Tú tienes fe y no comprendes lo que yo padezco.

-Yo tengo fe porque durante años la he pedido a gritos, aquí, en el desierto. Solo los escorpiones y las serpientes me oían.

-¿Y nadie más?

-Dios, por supuesto.

-Pues tienes suerte. A mí no me hace caso.

-Debes insistir. recuerda aquello :”Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá;, ;porque quien pide recibe, quien busca encuentra y a quien llama se le abre”.

-Ya he oído eso muchas veces. Un día creí haber encontrado algo, pero luego lo perdí..

-Lo puedes volver a encontrar. .La fe es como el viento del desierto, que a veces sopla con fuerza y a veces parece que se ha quedado quieto, y es que está en otro lugar, muy lejos. Pero siempre vuelve.

-Estoy muy triste. Necesito tu consuelo.

El profeta le puso la mano en la cabeza y le acarició el pelo. La mujer sollozó de nuevo.

-Yo rezaré por ti.

La mujer le miró y vió su cara serena, y le envidió. Vio delante suyo a un hombre en paz.La paz era algo que siempre se le había negado.

-¿Siempre estuviste así, en paz?

-No. Durante años peleé a brazo partido con todos los demonios de estas soledades.

-¿Y cómo conseguiste la paz?

-Un día vino de pronto, como el simún.

-¿Y no te ha abandonado nunca?

-No. Desde ese día no.

-¡Qué suerte!

-Tú también tendrás esa suerte.

-No, porque yo ya no creo en nada. Tu sí eres hombre de fe. Dios se aparta de mí porque yo me he apartado de El. Ya no volverá...

-No hay que desesperar. La desesperanza es pecado.

-¡¿Cómo puedes decir eso a alguien que está desesperado?¡¿Tú eres Isa bin Mariam y me dices una cosa así?

-Yo no soy Isa. ¿Qué te hizo pensar eso?

-Desde que empecé a leer este relato lo creí..

-Creíste mal. ¿No sabes aquello que fué dicho: “aparecerán falsos profetas”?

-Sí, pero no pienso que tú seas uno de ellos rabbí..

-Yo no creo ser falso, pero tampoco soy Isa.

-¿Pues quién eres?

-Sólo un pobre hombre a quien Dios ha hecho el regalo de la fe. .

-Y no se la ha quitado, como a mí.

-De momento no. Siempre está conmigo.

-Dichoso tú.

La mujer se envolvió en el manto. Se lo puso encima de la cabeza, y, arrebujándose en la negra tela, se marchó.

El profeta rezó por ella pero eso nunca lo supo.

La mujer se dijo:

-Iré al pozo y me tiraré y así moriré y se acabará mi sufrimiento.

Pero pensó que su familia la necesitaba.

-Soy una egoísta. No tengo derecho a hacer esto porque me sienta mal. Intentaré no pensar, hacer la vida más fácil a mis parientes y estar contenta, o al menos parecerlo. Esto servirá para distraerme y no pensar. Guisaré, ordeñaré a las cabras, las llevaré a pastar. Pero están las noches. Intentaré estar muy cansada para dormir. Ojalá no despertase.

Con estos sombríos pensamientos llego a su tienda negra de familia beduína. Sus niños jugaban fuera. Su suegra, ciega, estaba mirando al sol sin verlo, sentada en el suelo. .

-Esta es mi realidad-se dijo la mujer. -Debo vivir con los pies en la realidad, la mía, que ésa sí existe. Dios no lo sé, y los demonios tampoco. Pero las cabras necesitan quien las ordeñe, y a mi familia quien la cuide.

Se puso manos a la obra, y al cabo de un rato se sintió mejor.

-El trabajar es buena medicina. Si meditase todo el día como el profeta me volvería loca.

De entonces en adelante, cada vez que sentía el corazón oprimido se ponía a trabajar, y se sentía mejor.

Cuando fué muy vieja se murió.

Yo no sé lo que fué de ella. Este cuento se ha escrito solo. Pensé en acabarlo de otra manera pero se ha terminado él solo.

Yo no sé lo que fué de la mujer beduína. Tampoco del profeta. Tampoco sé lo que ha sido de mis muertos, ni lo que será de mí.

Solo Dios lo sabe.

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EL DESIERTO (CUENTO)

Estaba el profeta meditando en el desierto cuando una mujer se llegó hasta él. Venía llorando y con el cabello suelto, y cuando llegó a su lado se lanzó a sus pies.. Se tapó la cabeza con el manto y los sollozos la estemecían

-¿Qué te pasa?- le preguntó el hombre con dulzura.

-Señor , tú eres un hombre bueno y dices palabras de consuelo.Pero no hallo paz porque no tengo fe. Pero pienso que eres sincero y santo.

-No soy santo. Reza, y Dios te concederá la fe. La fe no se improvisa. Es un regalo de El.

-Rabbí, tengo los ojos secos de tanto llorar y la cabeza me estalla. Dios no me escucha. De todos modos, como apenas creo en El, no espero respuesta.

-Persevera.

-Estoy harta..Soy mujer paciente.Tengo marido, hijos y suegra. , todos a mi cargo. Estoy acostumbrada a tener paciencia. Pero Dios me puede.

-Dios nos puede a todos.Es bueno que así sea.

-No me entiendes.

-Más de lo que te imaginas.

-Tú tienes fe y no comprendes lo que yo padezco.

-Yo tengo fe porque durante años la he pedido a gritos, aquí, en el desierto. Solo los escorpiones y las serpientes me oían.

-¿Y nadie más?

-Dios, por supuesto.

-Pues tienes suerte. A mí no me hace caso.

-Debes insistir. recuerda aquello :”Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá;, ;porque quien pide recibe, quien busca encuentra y a quien llama se le abre”.

-Ya he oído eso muchas veces. Un día creí haber encontrado algo, pero luego lo perdí..

-Lo puedes volver a encontrar. .La fe es como el viento del desierto, que a veces sopla con fuerza y a veces parece que se ha quedado quieto, y es que está en otro lugar, muy lejos. Pero siempre vuelve.

-Estoy muy triste. Necesito tu consuelo.

El profeta le puso la mano en la cabeza y le acarició el pelo. La mujer sollozó de nuevo.

-Yo rezaré por ti.

La mujer le miró y vió su cara serena, y le envidió. Vio delante suyo a un hombre en paz.La paz era algo que siempre se le había negado.

-¿Siempre estuviste así, en paz?

-No. Durante años peleé a brazo partido con todos los demonios de estas soledades.

-¿Y cómo conseguiste la paz?

-Un día vino de pronto, como el simún.

-¿Y no te ha abandonado nunca?

-No. Desde ese día no.

-¡Qué suerte!

-Tú también tendrás esa suerte.

-No, porque yo ya no creo en nada. Tu sí eres hombre de fe. Dios se aparta de mí porque yo me he apartado de El. Ya no volverá...

-No hay que desesperar. La desesperanza es pecado.

-¡¿Cómo puedes decir eso a alguien que está desesperado?¡¿Tú eres Isa bin Mariam y me dices una cosa así?

-Yo no soy Isa. ¿Qué te hizo pensar eso?

-Desde que empecé a leer este relato lo creí..

-Creíste mal. ¿No sabes aquello que fué dicho: “aparecerán falsos profetas”?

-Sí, pero no pienso que tú seas uno de ellos rabbí..

-Yo no creo ser falso, pero tampoco soy Isa.

-¿Pues quién eres?

-Sólo un pobre hombre a quien Dios ha hecho el regalo de la fe. .

-Y no se la ha quitado, como a mí.

-De momento no. Siempre está conmigo.

-Dichoso tú.

La mujer se envolvió en el manto. Se lo puso encima de la cabeza, y, arrebujándose en la negra tela, se marchó.

El profeta rezó por ella pero eso nunca lo supo.

La mujer se dijo:

-Iré al pozo y me tiraré y así moriré y se acabará mi sufrimiento.

Pero pensó que su familia la necesitaba.

-Soy una egoísta. No tengo derecho a hacer esto porque me sienta mal. Intentaré no pensar, hacer la vida más fácil a mis parientes y estar contenta, o al menos parecerlo. Esto servirá para distraerme y no pensar. Guisaré, ordeñaré a las cabras, las llevaré a pastar. Pero están las noches. Intentaré estar muy cansada para dormir. Ojalá no despertase.

Con estos sombríos pensamientos llego a su tienda negra de familia beduína. Sus niños jugaban fuera. Su suegra, ciega, estaba mirando al sol sin verlo, sentada en el suelo. .

-Esta es mi realidad-se dijo la mujer. -Debo vivir con los pies en la realidad, la mía, que ésa sí existe. Dios no lo sé, y los demonios tampoco. Pero las cabras necesitan quien las ordeñe, y a mi familia quien la cuide.

Se puso manos a la obra, y al cabo de un rato se sintió mejor.

-El trabajar es buena medicina. Si meditase todo el día como el profeta me volvería loca.

De entonces en adelante, cada vez que sentía el corazón oprimido se ponía a trabajar, y se sentía mejor.

Cuando fué muy vieja se murió.

Yo no sé lo que fué de ella. Este cuento se ha escrito solo. Pensé en acabarlo de otra manera pero se ha terminado él solo.

Yo no sé lo que fué de la mujer beduína. Tampoco del profeta. Tampoco sé lo que ha sido de mis muertos, ni lo que será de mí.

Solo Dios lo sabe.

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