lunes, 18 de agosto de 2008

CAPITULO III

Ya ha amanecido sobre las lomas yermas y los campos en barbecho. Del cercano bosque viene un ruido de cascos de caballos.Han saido de la espesura y ya los vemos. Ya estan aquí.Es el conde Ñuflo Machacaferro y lo que queda de su hueste, que regresa al castillo. Vienen todos sucios, piojosos y cansados. Llevan armadura y casco. Cuando el conde ve aparecer su hogar ante su vista, exclama:
-¡Castillo, dulce castillo! ¡En pocos instantes veré a mi amada Leonor!

En el castillo no están tan contentos. Se ha armado un revuelo espantoso en cuanto han reconocido a su amo y señor. El problema es que la tropa marchó a las cruzadas hace siete años, y la condesa es madre de un rubio chavalín de seis. La fiel criada Cunegunda, ama de cría que lo fué de Doña Leonor, solloza y grita:
-¡Qué va a ser de nosotras1 ¡qué dirá el amo...!
Mientras va de una parte a otra del aposento de su señora. Este es una pieza grande, con colgaduras de terciopelo y damasco en las paredes para atenuar el frío, y una gran chimenea donde arden gruesos troncos. Una cama con dosel y cortinas domina la estancia. Es una cama altísima, como para desnucarse si se tienen sueños agitados y se cae uno de ella, o si se está en pleno ñaca ñaca. Se sube, o bien de un salto a lo Fossbury, o con ayuda de tres escalones de madera por la parte de la pared. Hay mucha tela, entre el dosel y las cortinas, que permiten que quede cerrada la cama como una caja. Los otros muebles de la pieza son algunas sillas y sillones de cuero, y uno de terciopelo rojo a lado de la ventana ojival, donde la condesa acostumbra a bordar mirando al horizonte que se pierde a lo lejos en un páramo inmenso, solo alegrado por el verde encinar y el cercano villorrio.
La condesa está pensativa y preocupada. A diferencia del ama Cunegunda, mujer entrada en años pero no demasiados, gorda, rolliza y con rojas mejillas de campesina, , Leonor es aún muy joven, rubia, de tez blanca y ojos azules. En estos momentos está sentada enmedio de la cama, con el pelo deshecho, pues se acaba de despertar con la noticia de la llegada del esposo. Está pensando deprisa, pero el ama, que parece con sus tocas y faldones una fragata a toda vela, yendo de una parte a otra de la estancia, la está poniendo nerviosa.
¡-Ama, por favor, estáte quieta...!¡No me dejas pensar!
-¡Ay, hijita, pensar qué!... El conde nos emparedará a las dos, a vos por esa criatura cuya presencia no podéis explicar, y a mí por encubridora...¡¡¡Qué desgracia!!! ¡¡AAyyyyyy!!! ¡¡y yo que quería tener una vejez tranquila!!!
-¡¡¡Calla, mujer!!!- ya se me ocurrirá algo!!
-¿Y si hiciéramos desaparecer al niño, si lo lleváramos a algún sitio fuera del castillo...?. Tengo una tia en Pontevedra...
-Imposible, todo el mundo conoce su existencia, aunque sólo a tí te he dicho qién es el padre, pero es un secreto a voces y alguien terminaría yéndose de la lengua. Mejor es afrontar las cosas.
Mientras, Álvar Rupérez de Bembibre, Jefe de la Guardia y leonés de pro, hace cuadrar a sus hombres. En el castillo tienden el puente, pues el conde ha llegado ya y no deja de vociferar que quiere que se le abra de una vez, leñe.
-¡¡¡Castillo, dulce cestillo!!!...¡Cuánto te añoré en tierra de infieles! ¡Cuánto añoré estas llanuras peladas, y tus almenas de piedra, y tu foso de agua verde con gusarapos!¡Acogedor hogar!¡Acogedora esposa!...¡¡¡Abrid ya, hijos de Satanás...!!!

(CONTINUARÄ)

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