Tan profundamente durmió, que no oyó los gritos del ama Cunegunda a quien Gumersindito había metido por el escote un montón de cucarachas y gusanos que había cogido en las mazmorras subterráneas del castillo.El ama estaba presa de un ataque de histeria .Cuando desayunaba en la cocina con Arnaldo, Don Nuño y Clodulfo, la encantadora y rubia criatura le había metido por la pechuga un puñado de bichos. Los otros trataban de tranquilizarla, pero no osaban meterle mano por el escote para quitarle las sabandijas.
-¿Y si nos acusa de acoso sexual?- dijo, prudente, Clodulfo. -Tenemos que llamar a una criada. Hay que quitarle la ropa.
-¡¡Mariana, Mariana!!- gritaron todos a una.
Al punto apareció la antedicha, dispuesta moza de prietas carnes, quien se asustó al ver a Cunegunda presa del ataque de nervios.
-¡Por favor, Mariana, ayúdamos!.¡Han metido al ama un montón de bichos por el escote, y nosotros no podemos quitárselos...!
-¡¡Aaayyyyyy!!-chilló Mariana.- ¡A mí los bichos me aterran!¡Yo no meto la mano ahí.!
-Mujer, hay que desvestirla, sino es imposible quitarle todo lo que Gumersindito le ha metido, un puñado de sabandijas.
-¡Ay, no!
Después de mucho rato, vinieron otras criadas menos sensibles y se quedaron a solas con el ama, le quitaron la ropa y empezaron a sacar toda clase de bichos repugnantes de entre las vestiduras de Cunegunda.
-¡Qué asco, qué horror!.¡Este niño es insoportable.! Desde luego, si llega a obispo, va a inventar la Inquisición y todos sus tormentos...
-¿Y por qué va a llegar a obispo?-dijo una criada que era un poco lerda.
-¿cómo que por qué?. Buen enchufe tiene con el padre que tiene, que ya `procurará por él.
-¡Ah, claro, Fray Facundo!-dijo la despistada cayendo del guindo.
-¡¡¡SSsshhhh!!!-, más bajo, las paredes oyen...
-Pues no se le parece en nada- prosiguió la lerda, que dentro de su lerdez tenía destellos de lucidez.
-Saldrá a su madre, esa descocada...
-Saldrá...
La pobre Cunegunda, después de cambiarse con las mucamas y de tranquilizarse con un vasito de Agua del Carmen, subió al aposento principal, usado como sala de estar, donde Leonor seguía con sus bordados eclasiásticos, como si nada, y donde hablaban de estrategia militar Don Nuño y Clodulfo en un rincón, y de mozas de buen ver Arnaldo y Omar en otro rincón.
Don Nuño estaba discutiendo con Clodulfo sobre la eficacia de las catapultas, los arietes y el aceite hirviendo en los asaltos a las fortalezas.
-Es más práctica la catapulta-sostenía Don Nuño. Y más barata. Solo se necesitan unos pedruscos gordos y, guardando una prudente distancia de la muralla, es métido muy seguro.Se aplastan cada vez unos cuantos enemigos. En campio, usando el ariete, estás expuesto a que te tiren una perola de aceite hirviendo desde una almena, lo que no tiene ninguna gracia.
-Desde luego- contestó Clodulfo. -Pero si no se usasen los arietes no se podría entrar en los castillos sitiados...
-Hombre, no hay que tener más que un poco de paciencia... Se espera unos cuantos meses, se envenenan las corrientes subterráneas y se les deja morir de hambre...
-Pero se pierde mucho tiempo...
(continuará)
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