
UNa de mis mayores ilusiones cuando era niña, es tener en el brazo un tatuaje de un barquito con las velas desplegadas. Yo veía a los marineros en el puerto, y que a veces Mr. Kuylen, el dueño del barco con el que salíamos, que era amigo de mi padre, contrataba alguno, y todos tenían. Pero el que envidiaba era el de un marinero llamado Vicente, de Ibiza, que tenía el barquito que a mí me gustaba. Un día expresé tímidamente mi tirada hacia los tatuajes, y vaya como se puso mi familia. Que si eso era cosa de truhanes, algo carcelario y de gente de mal vivir. Y de marineros. Bueno, eso era en España, pues yo no sabía que en los países nórdicos precisamente los reyes y gente de alcurnia, amigos del mar, todos llevaban. El rey de España lleva. Y no digamos Harald de Noruega, su padre y todos los hombres de los reinos escandinavos. Esto viene ya de una bisabuela mía paterna que era de Dublín. Yo tengo muchas cosas de irlandesa en mi carácter, por lo menos eso me han dicho a veces. Son follonosa, me gusta la bronca, no tengo medida, me gusta el mar y otras "cualidades" que se atribuyen a los irlandeses. Un amigo mío fué a pasar una temporada a Irlanda por cosa de estudios, y dice que lo que más le sorprendió de los irlandeses, además de que eran mucho más simpáticos que los ingleses (no se pueden ver, claro), era que parecían que no sentían demasiado el dolor físico, pues se iban dando trompadas por ahí y entre ellos, fuertes golpazos, y no se quejaban de nada. Esto yo lo tengo también. Y mi gusto extraño en una niña delicada por los tatuajes. Cuando me casé me sentí libre y quise hacerme uno, pero Paco se enfureció y dijo que NI HABLAR. No creo que ahora me deje, pero si me deja, cosa imposible, ya me gustaría tatuarme el barquito de mis sueños.
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