viernes, 15 de agosto de 2008

Capítulo I

Corre el siglo XIII..La estepa castellana vieja. Es de noche y hay luna llena. Contra el cielo se recortan las almenas de un castillo.
Una lechuza pasa volando presurosa hacia el cercano bosquecillo, , sin duda para cazar ratones. También hay murciélagos que aletean en las almenas y a lo lejos se oye el aullido del lobo. Es invierno y hace un frío que pela.
El castillo pertenece al Conde Ñuflo Machacaferro, un gigante de negra barba, , cuadrado como un armario. .Cuando amanezca llegará a su castillo, después de seis años pasados en Tierra Santa. .Vuelve con el rabo entre piernas por la paliza que Saladino ha dado a los cruzados.
Los señores castellanos viejos del siglo XIII no iban a las Cruzadas, se limitaban a tener alguna escaramuza con la morisma o entre ellos,, pero Don Ñuflo es sobrino-nieto de Blanca de Castilla, , madre de San Luis, y por el parentesco marchó a lejanas tierras a poner su granito de arena a la causa del rey francés y de los otros, que, como a él, los infieles les han zurrado la badana.
Pero esperemos un poco. Aún la aurora no se anuncia y algo pasa en la cercana abadía cisterciense. .Es como una fortaleza que forma masa con la iglesia, de estilo románico.Dentro se desarrolla una extraña ceremonia. Están en la iglesia todos los monjes reunidos en capítulo. La única iluminación la proporcionan unos cirios gordísimos que portan en las manos.Las capuchas del hábito casi les tapan la cara.Cantan con voz lúgubre el Dies Irae..Están dispuestos en dos filas, la una frente a la otra.
Pasemos al exterior del convento. En estos momentos llega el Abad, Fray Facundo de Rocafort,, hombre de unos 50 años, alto, delgado, de barba que fué negra pero que ya tiene algunas hebras grises. Su rostro es inteligente y astuto, a la vez que inspira confianza. Llega a la puerta de la abadía a lomos de una mula enjaezada a la morisca. El abad es hombre de gustos refinados, poco dado al ascetismo.
Llega a la abadía y oye los cánticos. Abre con su llave, que pesa kilo y medio y lleva colgada de la cintura. , pues a pesar de no estar macizo es hombre fuerte, y abre. Entra en la iglesia y ve el cuadro antes descrito. Los monjes en dos filas, mirándose, con los cirios, en plan de lanzar anatema contra alguien.
-¡¿A quién se excomulga aquí sin mi permiso?!!-ruge rojo de ira el abad.
De la fila monjil destaca un fraile, pequeño y jorobado, de ojos saltones y maliciosos.
- Excomulgamos a Fray Leoncio, que hemos descubierto que se bebe el vino de misa...
-¡Excomulgáis a alguien por semejante fruslería, cuando hace un mes a Fray Dimas, que había desflorado a una doncella del villorrio, sólo le impusimos como castigo una semana a pan seco y agua de charco con ranas dentro!
Pero los frailes, lanzados, siguen cantando a coro el Dies Irae y de pronto, todos a una, como es costumbre, pronuncian el anatema y vuelven los cirios boca abajo, apagándolos en el suelo con gran estruendo.
Todo queda oscuro como boca de lobo, , y el abad, cogido de improviso, , resbala con la cera y se pega un castañazo contra el suelo de piedra.
-¡Voto a Satanás!- grita, con expresión impropia de su clerical condición. ¡-Es que no se os puede dejar solos!...

CONTINUARÄ.

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