Patio del castillo. Tranquilidad. La tropa descansa. Ha salido un tímido sol invernal, y bajo su calorcito, en una esquina, están sentados en sendos taburetes de tres patas, frente a una mesita, jugando al ajedrez, Arnaldo y Omar, respectivamente sobrino de Leonor el uno e hijo bastardo del conde el otro, como ya dijimos antes.
-Te toca mover a tí- dice Arnaldo.
-No me atosigues- contesta Omar, malhumorado.
Hay que advertir que este último está ahora fastidiado porque está haciendo el Ramadán, y según manda el Corán, no puede beber, comer ni folgar con mujeres "mientras se puedan distinguir con luz de día una hebra blanca de una hebra negra", y su problema es que tiene que comer de noche tomando por asalto la cocina y zampándose las sobras de días anteriores, y si quiere desfogarse en plan mujeril tiene que pasar la noche en la casa de lenocicio del villorrio, que está bastante mal surtida.
Por fin Omar mueve un peón. Entonces Arnaldo se queda largo tiempo pensativo y podemos observarles con tranquilidad. Los dos son mocetones altos y bien plantados, y como las dos caras de una moneda. El musulmán tiene ojos negros de brasa y cabello como ala de cuervo. Lleva barba y bigote bien recortados y cuidados. Alnaldo es como su negativo fotográfico. Es rubio y de ojos verdes, y va cuidadosamente afeitado. Es hijo de la hermana mayor de Doña Leonor, que, antes hemos olvidado precisar, es de origen provenzal. La madre de Arnaldo, Doña Esclaramunda, natural de Carcasona como su hermana, murió siendo él aún niño. Ambas provienen de una noble familia languedociana venida a menos, y cuando murió Esclaramunda, la madre , que casó con leonés, mandó a buscar al tierno infante criándole como a un hijo conjuntamente con su hija Leonor, pues son tía y sobrino casi de la misma edad. Arnaldo es de gustos refinados y aficionado a la poesía. De niño quería ser "troubadour", pero su familia se opuso a ello, diciéndole que siempre sería un muerto de hambre, que mejor se dedicase a otra cosa, y que como era un desgraciado sin hacienda ni patrimonio, procurase dar un buen braguetazo con villana rica, que a mucho más no podía aspirar. Pero ahora en el castillo el joven sueña con su tierra natal, con el sol y el verdor de su Provenza, que recordaba de chavalín, y aquellos páramos áridos le encogen el corazón, sobre todo en invierno, que aquí es muy crudo. Recuerda cómo en su infancia los trovadores trovaban en su castillo natal mientras él gateaba por ls alfombras, y no olvidó su lengua materna. Se ha hecho amigo de Omar porque tienen en común el no tener casi nada en común con el resto de los moradores del castillo, y eso une mucho. Lo malo es que le da por componer poemas, que luego el pobre árabe tiene que soportar por aquello de la amistad.
-¿ No véis, ya, querido Arnaldo, que se me están durmiendo las posaderas?- gruñe Omar.
-¡Oh, perdonad, amigo!. Tenía la cabeza en otra parte. Al sentir este sol he sentido como un "avant goût" de la primavera y se me ha ocurrido un poema...
-Alá sea loado-murmura Omar pasándose la mano por la frente.
-¿Cómo decís?
-Nada, nada.Pensaba que pronto es la hora de uno de mis rezos cara a La Meca.
-Pues antes me permitiréis que os haga partícipe de mi inspiración. Escuchad que rodolí* que se me ha ocurrido.
Y sin piedad, empieza a recitar:
-"La primavera ha venido y no sé por qué ha sido.
En el camino he visto una flor.
Un ave pasa presurosa hacia su nido.
¿Cogeré la flor para mi amor?"
-Qué horror-, exclama el árabe por lo bajo.
-¿Cómo decis? ¿no os ha gustado?.
-Precioso.Pero moved ya, por las barbas del Profeta, que se me están helando los pies.
*ripio, en catalán.
No hay comentarios:
Publicar un comentario