domingo, 14 de septiembre de 2008



CAPITULO XI
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Tras madura reflexión el conde por fin había decidido a visitar al abad, confesor de su esposa, a ver si podía aclararle la cuestión. De todas formas está dispuesto a lavar su honor como sea, aunque tenga que cargarse a su costilla y al amante. No le hace ni pizca de gracia tener una entrevista con Fray Facundo, pues siente ante él complejo de inferioridad. El otro sabe leer y escribir y se pasa horas enfrascado en el estudio de unos librotes llenos de signos negros que a Don Ñuflo le parecen insectos.
-¡No he luchado contra Saladino para tener temor ahora ante un fraile!¡Por muy docto que sea, leñe!-murmuró para sí el conde , dando un puñetazo en el alféizar de su ventana y aplastando sin intención a una cucaracha que pasaba.¡-Ahora mismo voy a ver a ese tipo!.
Y sin pensárselo más, bajó al patio de armas y gritó con voz estentórea:
-¡Ensillad mi caballo Baboso, fiel compañero que me ha acompañado en mi heroica cruzada!
-Imposible, señor-le respondió un paje.- Baboso ha desaparecido.
-¿¿¿¿Queeeeee????
-Sí, y temenos- dijo tembloroso el servidor- que se haya ido tras una yegua que ayer pasó por aquí. Iba junto al carromato de unos gitanos...
¡¿Es que teníais el puente tendido?!
-Fueron cinco minutos, señor, lo justo para que Don Clodulfo fuera a hacer de vientr en el matorral que acostumbra...
-¡Y mientras, Baboso se escapó!!¡felones, memos, ratas de cloaca...!
-Perdonad, señor, pero es que salió al galope. El pobre parecía preso de urgencia.¡Tanta cruzada pide darle un poco de alegría al cuerpo!
-¡Voto a Satanás!- rugió.-Me parece que voy a colgar a alguien de alguna almena como escarmiento!
Perdón, señor, lo buscaremos por toda la región!
-Mas os vale...-¡Traedme entonces a Cojitranco!
-Al punto, señor...
Vino el siervo con el caballo pedido que, de acuerdo con su nombre, cojeaba bastante de la pata trasera, pero servía para trayectos cortos.Lo ensillaron, montó y fuese a la abadía.
Por el camino cantaban los pajaritos, el sol brillaba en una prematura primavera y algunas hierbecillas crecían después de las lluvias. Unas nubes blancas cruzaban el cielo y un halcón se cernía allá arriba oteando presas.
-¡Qué hermosa sería la vida sin preocupaciones!-se dijo el conde, quien el cabalgar había puesto de mejor humor.-¡Estas mujeres son las que lo complican todo!¡Está visto que no se puede estar nunca tranquilo en esta vida!
Y después de este desahogo filosófico, púsose a cantar a voz en cuello una canción popular griega que había aprendido en una taberna de Macedonia, y que tuvo el poder de ahuyentar a todos los pájaros y también al halcón.
Llegó al monasterio. Sin bajar del caballo, pues su alta condición se lo impedía, volvió a berrear:
-¡¡Abrid, santos varones!!!!!
Los santos varones no dieron señales de vida.
-¡¡Abrid, por San Jorge!!!¡Y por Santiago Matamoros!!
Pasó un rato.
Se oyó una campanilla y unos chirridos:
-¡Ñiiiiic!
Una puertecilla lateral comenzó a abrirse, cosa que fastidió al conde, quien gustaba de entrar por las puertas grandes.

(continuará)

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