
(continuación)
Descabalgó y fué hacia un monje que asomaba la nariz debajo de la capucha.
-Deseo hablar con el abad-dijo con mosqueo.
-Está en oración- contesto el fray.
-¡Pues que deje de orar y me atienda!¿¡O no sabéis quién soy yo, fraile piojoso?!. ¡con la Iglesia hemos topado, voto a bríos!
-Claro que os conocemos, je...je...- dijo maliciosamente el fraile.
Hay que aclarar que todo el convento estaba al corriente del ligue de su superior con la condesa en ausencia de Don Ñuflo.
-¿A qué vienen esas risitas?
-Nada, señor. Es un tic que me quedó después de la último invasión musulmana. Fué un trauma para mí.
-¡No me interesan tus traumas! ¡Avisa a Fray Facundo!
-Sí, sí, ahora voy...
-Y fuese presuroso y con pasito corto.
El conde dejó a Cojitranco atado a un esquelético arbolillo que allí crecía, sin ningún temor de que se lo robaran. Entonces no había tanto chorizo suelto como ahora. Estaban todos en sus abadías, castillos y cortes, más o menos como en la actualidad. Entonces los siervos de la gleba no se atrevían a transgredir el orden establecido, robaban poco y se morían de hambre, pues la caza era para los señores, y como todavía no se había descubierto América no podían comer patatas, ni tomates, ni muchas otras cosas relativamente baratas, y vivían de algunas berzas que cultivaban y de raíces que extraían escarbando en la tierra y también los cardos borriqueros eran un manjar. Vida dura la del siervo de la gleba.
El conde entró en la abadía, molesto por tan poco cortés recibimiento, y empezó a pasear con largas zancadas por la sala de espera. Se enfrascó en la contemplación de uno de aquellos santos metidos en hornacinas, concretamente en uno que miraba contra el gobierno. Tan fijamente se puso a mirarlo, que Don Ñuflo acabó tan bizco como el anónimo beato.
-¿Preguntábais por mí?- dijo una voz suave pero firme, que hizo dar un respingo al conde.
-¡Ah!- dijo sobresaltado.
-¿Os sobresaltáis?
-N-no, estaba mirando esta escultura...- dijo Don Ñuflo algo descolocado.
-¿Qué os trae por aquí, señor conde?. Ante todo, bienvenido a tierras cristianas.
-¡Ah, sí, gracias!
-¿Cómo ha ido esa cruzada?
-Fatal, nos han zurrado bien estos fundamentaalistas islámicos.
- No estaría de Dios que conquistaseis los Santos Lugares...
-No estaría, no.
-Tal vez estabais en pecado- contestó el abad, que era de los que creían que la mejor defensa era el ataque.
-Puede que tengáis razón, buen abad. Un día de estos tendréis que oírme en confesión, pero habréis de tener la merced de dedicarme unas cuantas horas. Han sido muchos años de hacer el bestia... Pero ahora, Fray Facundo, voy al grano. Estoy inquieto, mi corazón sufre, mi seso está confuso. Ya sabréis por qué. Ese Gumersindito, que ha aparecido en mi vida como un aborto de Satanás...
(continuará)
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