-¡Padre, no te vayas!¡Aconséjame!-suplica Don Nuño al que que su padre se dirige directamente a la pared con la clara intención de filtrarse por ella.
-Arréglatelas,ya en vida te saqué demasiadas veces las castañas del fuego...
-¡Oh, padre mío!
-¡Nada!. ¡Abur!
Y vase a través del muro, seguido por Diana.
Argos se echa a dormir, soñando con el breve encuentro con el ectoplasma querido, pero Don Nuño está ya completamente desvelado.
-¡Qué situación!... se dice-¿y qué puedo hacer yo?¿reprenderla?. Tampoco es justo que se marchite una mujer joven como si fuera una monja. Además, siendo con el abad, que es hombre de iglesia, pensaba yo que quizás era menos pecado, porque después del pecado viene la penitencia, como dice el refrán, así todo de una tacada y en la misma persona...Pero no, Nuño, no razonas bien, porque mi nuera podrá confesarse con el abad, pero ¿y el abad?. Además, no sé por qué, todo esto me parece un escándalo, es empeorar las cosas... Tengo una empanada mental de mucho cuidado. Todo esto es una desvergüenza.¡Oh, el clero!. Ya tenía razón Nuestro Señor cuando decía aquello de "haced lo que ellos digan pero no hagáis lo que ellos hagan"...
Y el pobre anciano se pasó la noche comiéndose el coco y sin conseguir tomar una decisión, hasta que rayó el alba y cantaron los gallos en el corral.
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CAPITULO VI
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Ya hemos presentado a todos los personajes de nuestra historia, al menos a los más importantes. Puede que aparezca alguno más, depende de lo que salga de ésto, que ya empieza a tomar vida propia y a irseme toda esta gente de las manos..Es el momento en que cada uno de ellos se escapa de la pluma del pobre escribidor y comienza a hacer lo que le dá la gana. Veremos en qué para, querido lector; lo que es yo, no tengo la menor idea.
Amanece.La aurora de rosaceos dedos (esto se lo he fusilado a Homero, pero es que siempre me gustó la frase) se abre paso entre las tinieblas y tiñe de color pastel las viejas piedras del castillo.
La familia empieza a despertarse.
Leonor llama a su fiel Cunegunda.
-¡Ven, ama, ayúdame a desenredarme la pelambrera y a hacerme dos ingenuas trenzas, que falta me hace tener recatado aspecto!
¡Ay, hijita, sí!. Pero estoy tan nerviosa que no he dormido más que después de hacerme tres cocimientos de tila con algunas hojas de adormidera!. Y toda ella temblaba como un flan...
-¿Qué hace mi dueño y señor?
-Sigue roncando, pues ayer cenó y bebió copiosamente, y además del cansancio de venir de donde Cristo dio las tres voces, lleva la reserva del barrilete de tintorro que se bebió con las viandas.
-¡Estupendo!. Si pudieras conseguir que nadie le despertara hasta la hora de comer, me daría a mí tiempo de ir a la abadía a confesarme y de paso le comentaría un par de cosas a Fray Facundo...
(continuará)
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