martes, 2 de septiembre de 2008

(continuación)

-¡Ay, Dios mío!
-No temas, mujer. El abad es hombre astuto y de buen seso, y puede torear esta situación sin grandes problemas. Perto debemos ponernos de acuerdo.
Cunegunda suspiró y renunció a más comentarios.
Don Nuño levantóse con los ojos abotargados y la cabeza como un bombo, pues había pasado una noche de insomnio. Bajó al patio y metió la cabeza en el abrevadero de los caballos. El agua helada le despejó un poco. Buscó con la vista al fiel Clodulfo, que enseguida apareció, ojeroso.
-¿Habéis dormido bien?- preguntó a su amo.
-¡No, por las barbas de Satanás!
-Yo tampoco, por todos los diablos del Averno... Además, había en el corredor un estruendo de cadenas tremendo. Vuestro padre debe andar alterado.
-Sí. Vayamos a desayunar. Las penas se soportan mejor con la tripa llena.
-Vamos.
Y se fueron a tomar bollitos mojados con leche tibia.


Arnaldo, después de una noche de dulce y plácido sueño, se despertó de muy buen humor. Un rayo de sol entraba por la ventana de cristales de colores, y una cucaracha atravesaba en ese momento el suelo iluminado. Esta visión de vida y alegría le llenó de gozo. Era el único en el castillo

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