
-Nada de histerismos, Leo. Conservar la cabeza es lo principal. Lo más sensato es esperar la reacción de Don Ñuflo, y una vez sepamos por donde tira, actuaremos en consecuencia.
-Eso, y mientras a mí ya me ha cortado el cuello...¿no podrías venir ahora al castillo conmigo?
-¡No!¡Eso sería un gran error. sospecharía algo extraño. Oficialmente yo no tengo nada que ver en este asunto...
-¿Escurres el bulto?
-Leonor, sabes que te amo, que eres la perdición de mi alma, pero prefiero consumirme en el fuego eterno y ahora en este valle de lágrimas en el de tu pasión, que no tener fuego de ninguna clase. Yo soy muy friolero, ya lo sabes.
-Sí, mucha labia tienes tambien, como toda la clericalla... Estoy pensando que cuando Ñuflo despierte, le diré que si no me cree, venga a verte y le cuentas con detalle lo de los íncubos y los súcubos y a tí probablemente te creerá, pues te respeta y reverencia...
-Esperemos que así sea- dijo el abad, dejando escapar un suspirillo.
-¡No me abandones en esta situación!¡Mi vida peligra por amor hacia tí!¡Piensa que yo también arderé en el infierno, y a mí el calor me festidia...!
-No te abandonaré querida Leo.Confía en mí. Yo convenceré al conde.
-Me voy. Estoy en una situación comprometida. Mis criados creen que estoy confesando...
-Ve con Dios, amada...
-Adiós, adiós...-dijo la condesa un poco mosca.
Salió de la celda, volvió con el ama y el paje, y todos regresaron al castillo son decir una palabra.
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