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Mientras tanto, el conde había despertado. Tenía acidez de estómago y le dolía la cabeza. Empezó a gritar, medio dormido, creyendo que estaba en la batalla:
¡A mí mis bravos!¿Me han noqueado los infieles!
A esto llegaron nuño y clodulfo.
-No, hijo; es que te acabas de despertar de la mona que cogiste anoche.
-Me duee la cabeza-gimió.
-Con lo que tragaste, no es raro que cogieras también una indigestión...dijo su padre.
-¿¿¿Dónde está la adúltera???!!- dijo reaccionando y recordando lo pasado la noche anterior.-¿Cómo?-despistó Don Nuño.
-¡Mi esposa Leonor!.
-Aquí llega- dijo Don Nuño mirando por la ventana. -Viene de misa.
-¡Hipócrita, mala mujer!
-Hijo, no te precipites. Habla con ella tranquilo.
Doña Leonor, que había oído los gritos, subía de dos en dos los escalones. Entró en tromba en el aposento de su esposo. Teatralmente, llegó ante él y se postró de rodillas primero, y luego cayó de bruces.
-Esposo mío, si no me crees, ahora vengo de confesar con el abad y le he contado que dudáis de mi virtud. El sabe todo de mí (eso era verdad) pues es mi director espiritual. Preguntadle. Es hombre sabio.
-Bueno, ya iré...-dijo el conde con expresión angustiada.
Y no era por sus cuitas conyugales, sino porque al ponerse en pie había notado yn terrible dolor de barriga con retortijones, prolegómenos de un cólico fenomenal.
-Debo salir de aquí a evacuar...-dijo, poniéndose verde.
-¡Venid, hijo, al corral!- dijo Nuño aliviado, cogiendo a su hijo de la mano.
Y ambos desaparecieron rápidamente escaleras abajo.
La condesa respiró. Su esposo parecía dispuesto a hablar con el abad y mientras estuviese enfermo no era fácil que la asesinase. El conde era metódico y no sabía hacer dos cosas a la vez, como casi todos los hombres.Si tenía diarrea, antes esperaría a estar curado a actuar de la manera que fuese. Estrangularla o visitar al abad.Pero la condesa confiaba en que optaría por esta última solución, al menos en un principio. En el fondo el conde Ñuflo era muy comodón, y mientras su honor quedase a salvo era poco amigo de broncas, y las peleas familiares le horrorizaban, sobre cuando había mujeres histéricas llorando.
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El Conde estuvo todo el dia del corral al cuarto y del cuarto al corral, con gran alivio de todos.Así se iría serenando, pensaban. Por la noche volvió a caer exhausto en su lecho y durmió otra vez profundamente.Esa noche todos durmieron como troncos, pues ya estaban superagotados. Hasta el fantasma de Don Arnulfo y su perra no se dejaron ver, , ni se oyó ruido de cadenas.
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